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segunda-feira, 6 de junho de 2011

Como fui a estudiar español

     Muchas veces mis amigos y alumnos – y las dos cosas no se excluyen – me han preguntado la razón de haberme decidido volver profesor de español. Sin embargo, la misma expresión curiosa de cuando me lo preguntan rápidamente se vuelve en la de la más profunda incredulidad al cabo de mi explicación. Seguramente eso ocurra porque la historia misma tiene algo que despierta, en la mayoría de las personas, uno de sus miedos más irracionales: el de, en una sociedad como la nuestra, en que todo se orienta hacia una total búsqueda por la seguridad económica que le permita a uno el ejercicio del sacrosanto derecho al consumo – signo cumbre de la ciudadanía postmoderna – uno se haya permitido arriesgar todo a causa de un simple sueño parezca terriblemente insólito. Pero vamos a la historia.
     El año de 1986 – en que tenía yo 18 años – fue uno de aquellos annus mirabilis que marcan para siempre nuestras vidas: fue el año en que empecé a estudiar música, tomando en serio unas pocas clases de guitarra que, si no me sirvieron mucho para aprender dicho instrumento, a la vez que al profesor le interesaba más tocar su instrumento en muchos de los grupos rock que habían surgido en la escena desde el año anterior (RPM, Ultraje a Rigor, Legião Urbana y otros) que realmente preparar y comparecer a sus clases. Pero fue también el año en que conocí a una chica maravillosa, con la que he compartido algunos de los momentos más dulces de mi vida, venciendo a una timidez y soledad enormes, típicas de uno que no había aprendido todavía – y dudo que lo haya aún – a comandar sus emociones. Otra de las cosas ocurridas dicho año fue que me he decidido a tomar en serio mi vida: estudiar en un lugar mejor, recuperando el tiempo perdido en una escuela de poquísima calidad; lograr la promoción en el banco donde trabajaba; estudiar cosas más “serias”, como los idiomas, cosa que, desde los tiempos de las clases de Esperanto, sabía yo que me resultaba más fácil que a los demás.
     Así, dejando las clases de guitarra y aprovechando algún tiempo libre, me puse a estudiar dactilografía, cosa que el lector más joven, acostumbrado a digitar con no más que sus dos indicadores, no imaginará lo útil que resulta cuando se trata de escribir en una computadora moderna; también inglés y alemán. "¿Alemán?" - ya se pregunta usted, "¿Estaré equivocado al leer este texto? ¿No era de español que se hablaba?" Sí, pero vayamos con calma: en mediados de los ochenta, las bandas rock alemanas estaban de onda, grupos y cantantes como Nina Hagen, Kraftwerk y Scorpions, a pesar de que éstos cantaran en inglés, tenían gran éxito entre nosotros, y por ello el alemán era bastante divulgado, siendo un diferencial de currículum para muchos. Decisión tomada, bastaba esperar que, en principios de 1987, yo pudiera matricularme en un curso de lenguas.
     Luego descubrí, en Bonsucesso, un cursillo de idiomas denominado Canyon, en que, al menos en la cartelera, se ofrecían cursos de los dos idiomas, más francés y español. Lenguas que estaban en mis planes, pero no por aquel instante. Llegué al curso, hice mi inscripción en el curso de inglés y pregunté por el de alemán, que pronto me dijeron que estaban esperando a que se creara un grupo tal vez en la próxima semana. El sábado siguiente, repetí la pregunta e igualmente me repitieron la respuesta – el tonto aquí era entonces muy inocente para no percibir de inmediato que, en dicho cursillo, jamás había existido un solo grupo de alemán y que yo era el único interesado en estudiarlo...
    Como yo trabajaba por el día – buscando la tal promoción yo trabajaba más que los demás – y estudiaba por la noche, solo me quedaban las noches de viernes para hacer cualquier tarea relativa al curso de inglés, y fue una noche de éstas en que, cansado tras una semana agotadora, me acosté algo más temprano.
    Y entonces soñé.
    Soñé que estudiaba en un escritorio – hasta entonces yo jamás había tenido uno, y siquiera estaba en mis planes tenerlo – y sobre él estaba abierto un mapa de la Península Ibérica – no me pregunten cómo yo sabía que era de dicho lugar, son cosas de los sueños. Y me desperté con la siguiente frase, que me tronaba en la mente como si fuera un rayo: “Voy a estudiar español.” Sencillamente éso, nada más que éso, tan sólo éso.
     Ya era, claro, el sábado y yo tenía que estar a las diez en el curso para las clases de inglés. Pues llegué más temprano y le fui disparando a la recepcionista: "Ya que no hay nada de alemán, ¿hay español por lo menos?" Y su respuesta, esta vez, fue: "Un grupo nuevo está empezando hoy, ¿desearía usted asistir a una clase demostración?" (Claro que, en aquellos idos, yo no sabía que podría llamar a eso sincronicidad; pero hoy día se lo digo tranquilamente)
     Asistiendo a dicha clase luego me di cuenta de que el alemán estaba ya en segundo plan en mi vida, y que todo cambiaría de allí en adelante. Tan solo no me figuraba todavía cuánto, pero de ello hablaremos otro día, por ahora basta terminar con decir que, si uno sigue a sus sueños, su vida entera entra por puertas que podrán llevarlo a caminos los más distintos, pero siempre fantásticos, porque, como dijo ya un cierto don Pedro Calderón de la Barca: “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

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